lunes, 22 de octubre de 2012

NOVELA

La novela, una obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, así como de caracteres, pasiones y costumbres. La vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española de la RAE la define de manera más general como una "obra literaria narrativa de cierta extensión" y como un "género literario narrativo que, con precedente en la Antigüedad grecolatina, se desarrolla a partir de la Edad Moderna".

Las primeras novelas se producen entre los siglo II a. C. y siglo III en Grecia y Roma, y se han clasificado en cuatro tipos básicos: novelas de viaje, novelas románticas, novelas satíricas y novela bizantina.

Como Pierre Daniel Huet señaló en 1670, la tradición de obras épicas tiene su precedente en Virgilio y Homero. Se solía usar el verso, adecuado a una tradición de representaciones orales. Hoy, esta tradición se remonta más atrás, a la época sumeria (Epopeya de Gilgamesh), y a la mitología hindú (Ramayana y Mahábharata).

Es más difícil asegurar la influencia de los cuentacuentos medievales en el desarrollo de la novela.
Había una tercera tradición de ficción en prosa, tanto en su modalidad satírica (con el Satiricón de Petronio, las increíbles historia de Luciano de Samosata, y la obra protopicaresca de Lucio Apuleyo El Asno de Oro) y una veta heroica (con los romances de Heliodoro, Longo y otros). El antiguo romance griego fue revitalizado por los novelistas bizantinos del siglo XII.
Todas estas tradiciones fueron redescubiertas en los siglos XVII y XVIII.

Origen.

No es fácil indicar qué géneros acabaron desembocando en la "novela". Los primeros ejemplos están categorizados hoy como "novella": Genji Monogatari del siglo XI, seguido por las obras de Boccaccio, Geoffrey Chaucer, Maquiavelo, incluso Miguel de Cervantes.
Una primera novela podía ser básicamente cualquier historia que se contaba por sus elementos espectaculares o reveladores. Se incluían en una conversación (entendida como entretenimiento), con una mínima ambientación. Podían ser sermones extendidos. Las colecciones de ejemplos facilitaban la labor de los predicadores, que mediante una fábula o una breve reflexión histórica ilustraban una conclusión moral. Según las colecciones medievales, eran determinantes los gustos y la clase social. Los trabajadores preferían historias tremendas, con engaños ingeniosos, de los que hacían víctimas a las clases sociales que odiaban o a otros competidores de los narradores de historias. Parte de este género original persiste en los pequeños chistes que se añaden para poner un toque humorístico en la conversación.

Siglo XIV: Boccaccio y Chaucer

Se solía recurrir a una historia dentro de la historia. Se describen situaciones en las que se supone que se relatan toda una serie de historias, de diversos gustos y géneros. Los ejemplos clásicos son El Decamerón de Boccacio y Los cuentos de Canterbury de Chaucer; en el primero son un grupo de florentinos que huyen de la peste y se entretienen narrando historias de todo tipo; en el segundo, son unos peregrinos que van a Canterbury a visitar la tumba de Tomás Becket y cada peregrino escoge cuentos que se relacionan con su estado o su carácter. Así los nobles cuentan historias más "románticas", mientras que los de clase inferior prefieren historias de la vida cotidiana. El género no tenía entonces un término propio que lo individualizara. "Novela" podía simplemente indicar la novedad de los eventos que se contaban. La inclusión de distintos tipos de historias, todas en un mismo marco, sin embargo, evidenciaba la consciencia del hecho de que los géneros se estaban desarrollando en este campo.
Mediante este recurso se justificaban los autores verdaderos, como Chaucer y Boccaccio. Los romances usaban un lenguaje sublime, justificándose a sí mismos en la medida que cultivaban un estilo "superior". Pero si cambiaba el gusto en las enseñanzas morales y la poesía, los romances rápidamente pasaban de moda. Estas historias de trampas y travesuras, de amores ilícitos e inteligentes intrigas en las que se reía de profesiones respetables o de los habitantes de otra ciudad, no tenían esa justificación moral ni poética. Así que llevaron la justificación al exterior. El narrador ofrecería unas pocas palabras explicando por qué creía que la historia merecía la pena. De nuevo, Los cuentos de Canterbury ofrecen los mejores ejemplos: el verdadero autor podía contar historias sin más justificación que el que esa historia ofrecía un buen retrato de quien la contaba y de sus gustos.
El romance se había hecho tedioso, después de reiterar tramas sin introducir otras nuevas. Las colecciones de cuentos o novelas los criticaron: un personaje del grupo de narradores empezaría a contar un romance, e inmediatamente se vería interrumpido por los otros narradores que escuchaban la historia, para que se callase, o hablase de forma comprensible, o que rápidamente fuera al meollo del asunto. El resultado fue el auge del relato corto. Los pasos de este desarrollo pueden seguirse con el aprecio que iba ganando el cuento y el valor de los romances en nuevas colecciones versificadas a finales del siglo XIV.

Siglo XV

No existe unanimidad en cuanto al momento inicial de la novela o cuál sea la primera novela. Parece indudable que debe situarse en el Renacimiento. Es entonces cuando, orientándose hacia Italia surge en España la novela sentimental, como última derivación de las convencionales teorías provenzales del amor cortés. La obra fundamental del género fue la Cárcel de amor (1492) de Diego de San Pedro.[1]
Un género intermedio entre el romance y la novela fueron los Libros de caballerías. En España, este tipo de prosa novelesca se difundió sobre todo en el siglo XV en idioma catalán o valenciano: Tirante el Blanco del valenciano Joanot Martorell (1490) o la novela anónima Curial e Güelfa. Alcanzó su máxima popularidad a partir de los últimos años del siglo XV, siendo la obra más representativa del género el Amadís de Gaula (1508). Solían editarse en varios volúmenes, dirigiéndose al público que se suscribiría a esta producción. Estas obras llevaban a sus lectores a mundos ilusorios, inculcándoles el ideal caballeresco de un pasado que nadie podía reinstaurar.

Siglo XVI

La difusión de la imprenta incrementó la comercialización de las novelas y los romances, aunque los libros impresos eran caros. La alfabetización fue más rápida en cuanto a la lectura que en cuanto a la escritura.
Las primeras colecciones de novelas no eran necesariamente proyectos prestigiosos. Surgió una enorme variedad de historias, desde las más jocosas hasta las de Boccaccio o Chaucer. Autores italianos como Maquiavelo, entre otros, dieron a la novela un nuevo formato. Seguía siendo una historia de intriga que acababa de forma sorprendente, pero estaba más trabajada en cuanto a la forma en que los protagonístas llevaban a cabo su intriga, cómo mantenían sus secretos y cómo reaccionaban si alguien les amenazaba con revelarlos.
Todo el siglo estuvo dominada por el subgénero de la novela pastoril, que situaba el asunto amoroso en un entorno bucólico. Puede considerarse iniciada con La Arcadia (1502), de Jacopo Sannazaro y se expandió a otros idiomas, como el portugués (Menina e Moça, 1554, de Bernardim Ribeiro) o el inglés (La Arcadia, 1580, de Sidney).
La reforma protestante incrementó los lectores de panfletos religiosos, periódicos y diarios. La población urbana aprendió a leer. Surgieron entonces los chapbooks, libros de bolsillo baratos que contenían tanto romances como historias cortas, relatos y fábulas. Solían embellecerse con grabados de madera, sirviendo a veces la misma imagen para varios libros. Los romances fueron reducidos a historias simples y abruptas, parecidas a los libros de comic modernos.
A mediados del siglo XVI, se produjo un cambio de ideas hacia un mayor realismo, superando en este punto las novelas pastoriles y caballerescas. Así se advierte en el Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais y en la Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (1554), origen esta última de la novela picaresca.
La novela, como técnica y género literario está en el siglo XVII en la lengua española, siendo su mejor ejemplo Don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes. Se considera como una de las primeras novelas modernas del mundo, innovaba respecto a los modelos clásicos de la literatura greco-romana como lo eran la epopeya o la crónica. Esta novela ya incorpora una estructura episódica según un propósito fijo premeditadamente unitario. Se inició como una sátira del Amadis, que había hecho que Don Quijote perdiera la cabeza. Los defensores del Amadís criticaron la sátira porque apenas podía enseñar algo: Don Quijote ni ofrecía un héroe al que emular ni satisfacía con bellos diálogos; todo lo que podía ofrecer es hacer burla de los ideales nobles. Don Quijote fue la primera obra auténticamente anti-romance de este periodo; gracias a su forma que desmitifica la tradición caballeresca y cortés, representa la primera obra literaria que se puede clasificar como novela.
El "romance nuevo", 1700-1800
A comienzos de del siglo XVIII la novela comenzó a zambullirse en el escándalo público y privado, por lo que había llegado el momento en el que una nueva reforma resultaba deseable. El viejo Amadis había trasportado a sus lectores a mundos idealizados, y las nuevas novelas, carecientes de diálogos nobles o actos de increíble heroísmo habían hecho mucho por refinar los gustos de la gente. Sin embargo, el crear historias de amor en las que unos críos engañan a sus padres había levantado nuevos riesgos, al convertir el cotilleo público y privado en materia publicable.
Entre las voces que reclamaban un regreso a los anticuados romances se encontraba Jane Barker, cuyo "romance nuevo" Exilius (1715) se convirtió en el boceto de una nueva tradición. Según Jane Barker, el romance se venía desarrollando desde Geoffrey Chaucer hasta François Fénelon, el último de los cuales era un autor que se había hecho famoso en ese tiempo con su romance Telémaco (1699/1700).
Los editores ingleses de Fénelon habían evitado el término "romance", prefiriendo publicarlo como "nueva épica en prosa" (de ahí los prefacios). Jane Barker, por el contrario insistió en publicar Exilius como un "Romance nuevo [...] siguiendo la forma de Telémacho", y no consiguió ganarse al mercado. En 1719 su editor, Edmund Curll, eliminó finalmente las viejas páginas del título ofreciendo Exilius como una colección de novelas.
El gran éxito de la siguiente década, Robinson Crusoe de Daniel Defoe, apareció ese mismo año, y el editor, William Taylor, evitó esas trampas con una cubierta en la que afirmaba que no se trataba de una novela ni de un romance, sino de una historia, sin embargo el diseño de página recordaba demasiado al "romance nuevo" con el que Fénelon se había hecho famoso.
Tal y como el término se entendía en la época, Robinson Crusoe es cualquier cosa menos una novela. No era una historia corta, ni se centraba en la intriga, ni se contaba en beneficio de un final bien cortado. Tampoco es Crusoe el antihéroe de un romance satírico, a pesar de hablar en primera persona del singular y haber tropezado con toda clase de miserias. Crusoe no invita realmente a la risa (aunque los lectores con gusto sabrán, por supuesto, entender como humor sus proclamas acerca de ser un hombre real) No es el autor real sino el fingido el que es serio, su vida le ha arrastrado contra su voluntad a las más románticas aventuras: ha caído en las garras de los piratas y sobrevivido durante años en una isla desierta. Lo que es más, lo ha sobrevivido con un heroísmo ejemplar, siendo un mero marinero de York. Si los lectores leyeron su obra como un romance no podría culparles, tan lleno está el texto de pura imaginación. Defoe y su editor sabían que todo lo que se decía resultaba totalmente increíble, y sin embargo clamaban que era cierto (o, que si no lo era, seguía mereciendo la pena leerlo como una buena alegoría). Este complicado juego es el que sitúa este trabajo en la cuarta columna en el diagrama de arriba.

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