lunes, 29 de octubre de 2012

Su misma... vida.


Comenzaba a soñar hace algunos días después de la fiesta de Arturin, mi mejor amigo, también aparte de soñar  comenzaba a tener ataques medios locos: tic por todo el cuerpo, contracciones de músculos, arraches de risa que eran demasiado hartantes y cansaban a mi cuerpo y lo agotaban demasiado y uno que otro ataque raro que me sería difícil explicarlo o describirlo.

Cada día trataba de relajarme y evitar todo tipo de ataque que pasaba por mi cuerpo y me preguntaba por qué me sucedían si después de todo no la pase tan mal o al menos eso yo recuerdo.
Vagamente cuando trato de acordarme de ciertos lapsos que me cuentan mis amigos y algunas amigas que acudieron al festejo de Arturin, como Gaby que me decía:
-¿Te acuerdas cuando bailabas locamente y te reías y que, después te tirabas y hacías como si estuvieses convulsionándote?- comentaba y se reía de nada más acordarse.

Sinceramente pasaba por mí tratándome de acordar, pero simplemente no concordaba con lo que yo recordaba y sólo cuando me decían eso y no recordaba como me lo remarcaba Gaby, les decía que sí, con una voz insegura acompañada de una sonrisa que no me costaba encontrar.

Pasaban los meses después de esa fiesta y mis ataques seguían, me perseguían como los ladrones o los leones persiguen a sus presas. No quería ir al doctor o al psicólogo pues no sentía que los ataques fueran tan fuertes o tan raros como para atenderme de cierta manera, porque aparte de los ataques que te conté, también me perseguían alucinaciones por la tarde mientras hacía mis labores, escuela, un poco de trabajo y salidas con mi novia. Y por la noche mientras dormía, no sentía que era un sueño sino que a veces despertaba y me encontraba en otro lugar que no fuese mi recamara.
Había veces que esas alucinaciones me hacían creer que vivía ahí, que pertenecían a la realidad y después de tal, sentía como mi cuerpo me daba un respiro profundo y frío que hasta me enchinaba la piel increíblemente fuerte.

Cuando iba con mi novia Lucy tenía algunas alucinaciones y uno que otro ataque, pero siento que más lo segundo que lo primero. No llevábamos mucho tiempo juntos, la conocí un poco antes de la fiesta, en un restaurante que está por la casa y que desde pequeño me ha gustado ir, más por sus deliciosos hot-cakes con miel y un trozo de mantequilla en un estado medio, entre derretida y sólida.
Recuerdo su vestido de colores llamativos, líneas anaranjadas y azules y debajo un pantalón café con unas sandalias pata de gallo y entre los dedos una flor azul, combinaba perfectamente, sus anteojos enormes inductores hacía si mirada profunda y una boquita que endulzaba más que esos hot-cakes.
Me acerque mientras ella leía y tomaba café:

- Hola, buenos días...Me acerque lentamente pareciendo que estaba seguro de lo que le iba a preguntar.
- ¿Cuál es tu nombre, disculpa?- Le pregunté mientras mi cara se ruborizaba poco a poco y sonreía con una pena indiscreta.
- ¡Ah! Hola, me llamo Lucia, pero descuida me dicen y yo prefiero Lucy...
Me lo dijo con una sencillez y una seguridad que era inapelable, algo que tiene ella es que siempre que habla con cualesquiera sonríe de una manera simpática y amable.

Recuerdo la platica como si hubiese sido ayer. Hablamos de literatura, de lo que hicimos ayer principalmente y más aún de cómo es donde vivimos y de los vecinos molestos y cosas que básicamente son prácticas en una charla.
Después de ahí salimos más y cada vez nos llevábamos mejor, la invite a la fiesta de Arutin pues ya en ese entonces empezábamos una relación demasiado romántica y colorida.
Ella sabía que era un patán, tenía problemas con las drogas, desde el cigarrillo hasta con las cosas sintéticas y más dañinas que las demás. Lo sabía también y me sorprendía porque a pesar de eso me acepta y me tranquilizaba un poco, me decía:
- Flaco, no hagas eso, moderalo si quieres un poco porque tampoco lo vas a dejar de un día a otro. Pero flaco, intenta hacerlo-
Y ahora con mis ataques y alucinaciones estaba más tiempo conmigo.

Yo me quedaba en casa después de mis labores y la llamaba para que nos viéramos y fuera a casa; distrayéndome se me quitaban un poquito más mis ataques y los problemas que padecía aparte de eso, su compañía era en serio, muy confortable.
Llegue a pensar en mis trances que estaba solo, incluso ponía la música demasiado alta como si no hubiera nadie en casa. Lucy sólo me miraba y esperaba a que se me calmara un poco, mientras controlaba la música y le bajaba progresivamente hasta llegar a un nivel de volumen muy bajito, casi susurridos y ahí era cuando yo me sentaba y me daba cuenta de donde estaba y que hacía después de mi trance, cuando terminaba el alucine los músculos comenzaban a contraerse. Primero uno por uno pantorrillas, brazos, dengue  dedos, cara, etcétera. Y después comenzaban poco a poco de dos en dos, o ya después varios, que estaba chistoso porque parecía que estaban de a cuerdo en como moverse y tenían cierto ritmo. Al casi finalizar terminaba muy exhausto, sudando y con un sueño que era inevitable no cerrar los ojos y Lucy, ella sólo me recostaba en sus piernas y me acariciaba la cabeza y la espalda una mano en cada parte, esperaba a que durmiera y se iba a casa.

No sé como podía soportar eso, si ella no tenía la culpa de nada. Ni siquiera ingería bebidas alcohólicas y menos otra droga.
Era increíble como podía tener tanta empatía como para sostenerme y aguantarme de tal manera en la que ni siquiera le entraba coraje por como estaba, por como me había puesto después de esa fiesta y por como me vio en aquélla fiesta.

Me di cuenta de cuanto me quería y cuanto lo hacía yo, la verdad es que con el poco tiempo nos dimos poca espera para hacer cosas que hacen las parejas que llevan mucho más tiempo.
Pero aquí no, los dos nos entendíamos perfectamente, o casi creo yo.

Cuando despertaba, casi siempre, me dolía el cuerpo y tenía alucinaciones y era peor que cuando enfermas y tienes cuerpo cortado e ingieres una droga como el LSD. Me dolía tanto que no podía levantarme de cama, aun ni mis ojos podía abrir, me sentía tan fatal que, claro, después de la fiesta de Arturin me obligué a alejarme de toda porquería que me causara daño como éste.

Antes de seguir, voy a contarte un alucine muy extrovertido y el primero incluso cruzó todos mis límites de imaginación aun físicos.

Era una tarde llena de  sol y vegetación verde, estaba perfectamente bien climatizado. Yo salí con otro de mis amigos, de los principales carroñeros que me invitaron a la felicidad ficticia. Él era Pablo: flaco, de una tez de piel apiñonada y siempre-siempre cargaba un morralito café, sus tenis muy sports y una sudadera gris desgastada y con hoyos por todos lados. Parecía uno de esos jóvenes que viven en la calle, pero no, él estudiaba conmigo la secundaria  y a pesar que era el más grande de sus hermanos, trabajaba para ayudarle a su mamá y se mantenía los vicios. Siempre me decía:
-¡Güero! Antes de insinuarte que lo que yo hago está bien, quiero que estés enterado de que si lo haces, debes asumir las consecuencias tal y como vengan y con quien sea. Además que el daño es prolongado y tal vez cuando tenga mayor edad… o mejor dicho: A lo mejor no llegue a rebasar los cincuenta…

Notaba una seriedad en él y un cariño por parte de él hacia mí, que no podía responderle cuando me decía eso y menos darle una respuesta negativa, pues yo sabía perfectamente que las drogas nunca dejan nada bueno.
 Ese día que era perfecto Pablo me invitó a un jardín cerca de la escuela. Se terminaron las clases y nos fuimos, me dijo que debía comprar unas cosas antes de ir, y en efecto, llegamos a una vecindad que decía era donde vivía uno de sus mejores amigos y desconozco el nombre. Me quede afuera de esa vecindad y esperé varios minutos en cuanto salio nos fuimos al parque:

- No voltees, debemos irnos rápido y actuar natural… Bueno, yo. Tú sólo no voltees sígueme- Me lo decía con una sonrisa nerviosa en la cara, mientras secretaba sudor de su frente.
- No tienes de que preocuparte- Le decía –Después de todo no dejaría que te hicieran algo. Sólo no te dejaría solo…
Legamos al parque y nos sentamos tranquilos: el parque solitario y con ruidillos de pájaros cantores y un viento tan fresco que las hojas de los árboles coordinaban con un sonido muy particular.
Cuando vi, Pablo sacó una hoja, como si fuese un Post it sólo que era más sólido y no tenía movimiento como el de una hoja normal. Me le quedé viendo y me dijo:

- ¿Qué? Nunca habías visto esto o me ves con cara de no quiero hacerlo?- mientras echaba una sonrisa burlona. –No te preocupes, si no quieres no te voy a obligar…-
 Yo reía y sólo movía la cabeza  discretamente siguiendo su juego.
- No, sólo que es algo que no conozco y la verdad, me siento inseguro.
- ¡Aah! Ahora entiendo, pero mira si quieres yo te cuido, así no tendrás de que preocuparte. Además yo se bien que pasa con estas drogas…

Lo miraba con una seguridad, y a pesar de eso me daba tanta confianza y curiosidad a la vez que decidí hacerlo sin ningún temor confuso o miedoso.
Probé un cuadrito que me regaló y me dijo que lo metiera a la boca y que no me lo pasara, que dejara se disolviera y entonces reposar hasta que viera algo extraño o diferente en el ambiente o en mi mismo. Pasó y comenzamos a platicar como si no pasara nada, nos compramos un agua y fue entonces que sin tener el tiempo contado comencé a sentirme extraño, veía las cosas con una nitidez increíble y única, no podía creer lo que era capaz de hacer un cuadrito que mide menos de un centímetro.
Observaba el césped y salían personitas de cada ramita de césped, miraba a mi camarada y tenía más de cinco ojos en toda su cara, me miraba las manos y veía como se derretían y después tenía una necesidad increíble de gritar porque todos los sonidos eran específicos, el oído derecho escuchaba sólo lo del lado derecho y viceversa. Me paré a correr y al mismo tiempo gritaba, sentía mucho calor y me quedé en puros pantalones.
Me daba igual lo que la gente pensaría en ese momento de mí, pero la verdad me la estaba pasando muy bien.
Cargaba a mi camarada…

- ¡No, güerejo detente! No te das cuenta de que estoy igual o peor que tú? ¡Ayúdenme por favor!- Gritaba junto con una carcajada de la adrenalina y diversión que teníamos.

Yo no tenía otra cara que no fuese una sonrisa y sudor en todo el cuerpo, no pensaba en nada, era extraño porque nadie cree que el ser humano puede dejar de pensar un momento, como yo lo hice en ese momento.
Observaba todas las cosas que me rodeaban con un detenimiento esplendido, capaz que si estuviese sobrio me desesperaría tanto y no disfrutaría o vería las cosas con ese detenimiento que logré.
Lo colores, los rostros de las personas, los animales, las calles, las luces, todo sin excepción era demasiado agradable, no tenía un por qué para nada, ni algún cuestionamiento extraño como cuando estás sobrio.
Mientras corría y mi adrenalina era inconmensurable, cargaba rocones que pesarían más de seiscientos kilogramos, no sentía en lo absoluto algún dolor o algo por el estilo. Mi cuerpo no quería descansar, me sentía como el niño de los Picapiedra (Bam bam) no me reconocía ni en lo más absoluto. Me hubiera querido ver en un espejo en ese momento pero creo que no hizo falta, la pasé tan bien que no me preocupaba la hora ni lo que fuera a pasar después de unas horas.

Nos dio cierta hora, el sol estaba muy anaranjado y escondido entre unas montañas negras-negras con las nubes encima de él exactamente con un color más predominante que el del sol, con tonos morados y azules.
Se quito el efecto de la droga y comenzamos a dejar de reír pero eso sí, a quejarnos de dolores que ni teníamos idea del por qué nos dolía, pero sí del dolor de la mandíbula.

- Güero, ¿Podrías creerme si te digo que tú tenías una cara como de cera y tus brazos eran de palo?-
Me lo decía con una cara de sorpresa inesperada.
- ¿Y tú me creerías si  te digo que tenías más de cinco ojos  y no tenías piernas?- Le comentaba con una carcajada.
- Nos la pasamos bien güero, me da gusto que lo hicieras y no porque fuese bueno esto, pero sé que no te arrepientes y no lo harás nunca…- Me lo decía con una lealtad de esos amigos que jamás te encuentras después de muchísimos años en la vida.

Y por fin , después de probar una dosis que sólo es para pasarla bien, comencé poco a poco probar lo que me dieran, ya sea sintético o natural. Me importaba en lo más mínimo que me pasaría, lo que quería era sólo disfrutar una fiesta o experimentar, como lo que me paso en aquella fiesta.

Comencé con una dosis pequeña de LSD no esperaba minutos, ahora si los contaba y como no tenía ni un síntoma comenzaba por más cosas, marihuana, anfetaminas, heroína fumada, cocaína, éxtasis, crack, entre otras. Mis dosis aumentaban poco a poco, la fiesta me alimentaba cada vez más el ánimo y cada vez más comía cosas para sentirme mejor.
Las alucinaciones eran confusas, no sabía que veía, la vista era borrosa y luego nítida, las cosas perdían volumen y luego veía otras cosas que, me imagino, mi mente las creaba sin ningún problema. No evitaba sentirme bien, al contrario quería y quería y quería más.
Casi más de media noche de esa fiesta comencé a tener mareos, dolores abdominales, dolores de cabeza, de piernas y brazos, sentía el reflujo como recorría desde mi estomago hasta mi garganta a punto de salir de la garganta y llegando a mis molares. Tenía unos malestares con los que no podía, no aguantaba para nada estar en esa situación, no era divertido, no sentía adrenalina pero eso sí, sudaba un frío temeroso, lleno de malestar, confusión y dudas revueltas con el pensamiento sin coordinación.
Lucy me seguía…

- ¡Flaco! ¿Estás bien? Contéstame….-Lo repetía una docena de veces con una preocupación. Parecía que yo era algún familiar de hace mucho tiempo o un único amigo por el cual se preocupaba demasiado.

Yo sólo caminaba sin contestar y tropezando con cual objeto se me atravesara, agarrando cada muro por el que pasaba y perdiendo conocimiento de las personas que me rodeaban ese día.
Desperté con dolor de estomago, con la boca seca, dolor de cabeza, brazos, piernas y un ardor en el pecho insoportable. Me levanté y note la casa un desastre, el peor chiquero que pude ver en toda mi vida, gente derrumbada por doquier, vómitos por todos lados, y yo de igual manera sostenía un aroma peor que el de las eses humanas impregnado de otro olores aún peores y que creo yo inexistentes para reconocer.
Busqué a Lucy acompañado de  unas cuantas alucinaciones y contracciones musculares, por la cocina, la sala, el patio de la casa, el zaguán y cuando subí las escaleras para llegar al primer piso, noté que estaba junto a la novia de Arturin derrumbada, parecía que jamás había dormido: su boca tirando escasa saliva, los brazos medio extendidos y las piernas tremendamente estiradas, el cabello suelto y sus anteojos en al buró de la chica. Le acaricie suavemente el cabello sentándome junto a ella y mirándola fijamente hasta que me sintió y me miro con una cara preocupada:

- ¿Estás bien?- me preguntó.-Estuve al tanto de ti, pero no me hacías caso. Por más que gritaba e  intentaba hablarte, no me hacías caso…
- Si… Disculpa, perdí el control de todo. La verdad no sabía que estaba haciendo y no recuerdo nada de lo que paso ayer- Le argumente con arrepentimiento.- ¡En serio necesito me disculpes!...
- No, no debes disculparte por nada. Comprendo que estabas en una fiesta y sólo querías divertirte, pero también debes pensar en mí, suena egoísta pero… ¿Te imaginas si me hubiera pasado algo?- Sentía en ella un desequilibrio tremendo por culpa mía.
- Ok, te entiendo y acepto lo que me comentas. La regué y no quisiera que tú te alejases de mí…- parte de todos los malos síntomas que tenía había sólo uno que los desaparecía, y era el de pensar en qué pasaría si ella no estuviera conmigo después de todo lo que he hecho con ella y junto con ella.
- Pero en serio. Te pido me perdones…- Le imploraba.
- Descuida flaco, sé que aprendiste de esto. Te quiero mucho- Me lo decía con tanto amor y seguridad que me hacía cada vez más un buen hombre, entre otras cosas.

Pasaron meses en donde ya no ingería drogas, ni las fumaba. Llegué a ir a centros de rehabilitación por fin, y a tratarme todos los ataques que tenía antes de esos meses. Recapacité y mi novia me apoyo en todo lo que necesitaba, nunca me soltó. Me alejé de los amigos que me invitaban a ratos para ponerme como antes y para probar lo nuevo que había salido.

Estuve a punto de casarme con Lucy, al termino de mis estudios universitarios comencé a trabajar como escritor en una revista famosa; relataba en ciertas notas la vida que había tenido, en otras las consecuencias de las drogas y como te acaban prolongadamente.
Cuando tenía todo resuelto, llegué a casa de Lucy y ya hacía unas semanas la notaba extraña conmigo y con la relación, no sé que pasaba pero pensaba que era normal después de tanto tiempo estar juntos.
Varios amigos del trabajo me decían que era normal, que ellos ya habían pasado por esa situación y no debía preocuparme.
Ese día llegue un poco tarde a su casa, salí tarde del trabajo y un poco exhausto y como tenía la mirada cansada, borrosamente mire dudosamente que estaba alguien afuera de la casa, exactamente en donde solía poner el auto, y supuse que era su madre o algún vecino charlando con ella. Apagué el choche mucho antes, quería caminar y prender un cigarrillo. Prendí el cigarrillo y poco a poco me daba cuenta de que era ella con un tipo que hasta yo reconocía que era más atractivo que yo y que todos los que había conocido. Cuando estaba a unos metros ella se acerco a él, le dio un beso en la boca y lo abrazo como si lo hubiese extrañado tanto, porque el abrazo derrochaba amor, se notaba en cuanto miré como lo hacían los dos. El sólo sonreía y le decía que la quería- lo sé, porque el tipo lo gritaba. Ya sabes de esos jueguitos que se crea uno cuando está enamorado- Cuando pasó eso, me dí la vuelta, aventé el cigarrillo y me llene de un odio y un coraje que el ser humano es incapaz de crear, pienso.
Dejé de buscarla, de llamarla y de tener todo lo que tenía de ella como para arrepentirme y hablar con ella. Pero lo hice. Recibía llamadas de ella, mensajes y demás cosas que no quiero mencionar porque aún me duele, pero jamás respondí, decidí seguir y reencontrarme con viejos amigos, pasarla bien y sólo así olvidar todo y encontrar a otra persona.

Caí en lo mismo y no me arrepiento, trabajo como mi gran amigo Pablo y me mantengo como el lo hacía en aquel tiempo, vivo solo y no tengo tanto problema. Vivo con tres personajes divertidísimos uno es Bruno, Carmelo y Luno. Son muy extraños y casi siempre me susurran al oído, me dicen lo que debo hacer y a veces salgo a distraerme con ellos: bares, antros, barrios, etcétera. Estoy tranquilo, cuando sufro por no tener la suficiente dosis me entretengo picándome con  el lápiz mi piel, desde la cabeza hasta el artejo grande del pie. Mis personajes siempre andan dentro de mi oído o en mi morral, nunca me dejan, me divierten y dicen chistes que les desagradan a las personas que se acercan a mí, me comentan que nunca los escuchan pero siempre-siempre me ven riendo. 

Y mis ataques volvieron a la normalidad.





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